Comentario
Las mastabas de los primeros reyes sólo se han conservado en Sakkara, donde se les daba la forma de una casa señorial con sus cuatro fachadas animadas por resaltes y nichos. En el Alto Egipto no se conservan restos de ninguna superestructura, pero hay indicios de que en esta región era costumbre enterrar al rey no en una casa, sino bajo un túmulo rectangular de tierra y cascotes, revestido de un caparazón de adobe. En la cabecera del túmulo se ponían una mesa de ofrendas y dos estelas con los nombres del ocupante de la tumba. Paulatinamente el túmulo se fue convirtiendo en una pirámide escalonada.
Tanto la tumba-casa como el túmulo-pirámide estaban rodeados de un muro que delimitaba la parcela de su recinto sagrado. Lo mismo en el norte que en el sur del país alrededor de este muro se abrían las sepulturas de las mujeres del harén y del personal de servicio, todos ellos sacrificados durante la I Dinastía en el funeral de su señor para que siguieran prestando a éste sus atenciones en el Más Allá. En Abydos se han encontrado muchas estelas, poco esmeradas en su labra, con el nombre y la silueta convencional de estos sirvientes.
La parte subterránea de cada tumba regia consta de una cámara principal para el sarcófago, y de una serie de habitaciones para almacenar el ajuar y las provisiones. Con estas necesidades ineludibles de la tumba había que hacer compatibles las aconsejadas por la experiencia y que motivaron su evolución morfológica: por una parte era preciso llevar el cadáver sin muchas dificultades a su lugar de reposo, pero, al mismo tiempo, había que hacer todo lo posible para evitar el acceso de los ladrones a la tumba, cosa que empezó a suceder en cuanto se impuso la costumbre de depositar en ella al lado de su dueño los tesoros más estimados por éste.
A comienzos de la I Dinastía las tumbas de los reyes y de la grandeza se hacen en una zanja de unos 4 metros de profundidad en la que se construyen varias habitaciones de adobe. La central, la más grande, se destina al sepulcro; las demás, al almacenamiento de los objetos de mayor valor que componen el ajuar. Estas habitaciones se techan con vigas de madera y con tablas, y por encima de éstas, hasta lo alto de la fosa, se echa un relleno de grava y cascajo. Sobre esta infraestructura se levanta en superficie una mastaba de adobe con sus fachadas muy decoradas; dentro se hacen los almacenes para el ajuar funerario de menos valor. Estos almacenes también se cubren con techos de madera fuerte, pues las paredes de las estancias son mucho más bajas que las fachadas de la mastaba, que llegan a alcanzar una altura de siete metros, de modo que la diferencia hay que salvarla con un relleno de cascajo. Como la tumba era una copia del palacio o de la casa en que vivía su dueño, sus fachadas se pintan de colores alegres, imitando las esteras que la adornaban cuando aquél se hallaba en este mundo.
Ignoramos cómo se verificaba la inhumación del cadáver, pues una vez terminado el edificio, no había modo de entrar en la planta baja, donde estaba la cámara funeraria. Es de creer que la mastaba no se hiciese hasta que la planta baja estuviese ocupada y sus habitaciones llenas ya de su precioso contenido. En algunas tumbas de Sakkara hay indicios de que en la mastaba había un corredor que permitía llegar a su centro mientras aquél no fuese cegado; pero aun así, el cadáver tendría que ser introducido en su cámara por un agujero del techo, único modo de llegar a ella.
Siendo ésta la estancia principal de la tumba, no es extraño que en algunos casos encontremos sus paredes tapizadas con paños de colores adheridos a ellas con engrudo. En una de las tumbas reales de Sakkara había pilastras forradas de madera chapeada de oro; también el piso estaba cubierto de finas chapas de madera.
Mediada la época de la I Dinastía, el aumento de tamaño y la complejidad de la distribución de las grandes tumbas de los reyes y de los nobles imponen la necesidad de facilitar la entrada en ellas para el acto del sepelio y para la instalación de los ajuares. De cómo eran las tumbas que obligaron a buscar otra solución que la del pozo de acceso da buena idea la 3.504 de Sakkara, que se ha hecho muy célebre por su rasgo insólito de estar rodeada por fuera de un banco en el que había unas trescientas cabezas de toro modeladas en barro y provistas de cuernos auténticos. Esta tumba no se puede atribuir con seguridad al faraón Uadyi por lo mucho que en ella se cita a un personaje llamado Sekhem Ka, pero parece imposible que un noble de esta época, por muy encumbrado que se hallase, pudiera permitirse un palacete funerario de más de 56 metros de fachada, mucho mayor que la de su rey en Abydos. Es probable, por tanto, que pertenezca a Uadyi. Comoquiera que sea, sus enormes dimensiones exigían encontrar un medio de acceso a sus cámaras subterráneas menos embarazoso que el de amueblarlas, instalar el ajuar y bajar el cadáver por un agujero antes de construir la mastaba.
La solución la encontró el arquitecto de Udimu, el sucesor de Uadyi, construyendo una escalera desde el exterior, a cierta distancia de la mastaba, con lo cual la edificación de ésta podía incluso terminarse en vida del rey. La escalera partía del lado oriental y descendía directamente a la cámara del sarcófago, que por disponer ahora de este acceso más cómodo podía encontrarse a mayor profundidad que antes. Pero la escalera tenía el inconveniente de hacer también más fácil la entrada de ladrones, por lo que hubo que inventar también un sistema de cierre muy ingenioso, aunque a la larga resultase inútil: el sistema de cierre con rastrillos, una serie de losas de piedra de gran tamaño que descendían de arriba abajo por los carriles hechos al efecto en las paredes de la escalera. Este sistema se puso aquí en práctica por vez primera y será el que persista, por lo general con tres rastrillos, en la época de las Pirámides.
Otra novedad fue el aumento de tamaño de la cámara del sarcófago y la menor importancia concedida a las cámaras secundarias. Estas se construyen a veces en un plano tan alto, que sólo son accesibles por puertecillas que se abren cerca del techo de la cámara principal. En la tumba de mismo Udimu en Abydos no hay habitaciones secundarias en la planta baja, toda ella ocupada por la cámara del sarcófago. También aquí, como en Sakkara, hay escalera de acceso. Esa tumba estaba rodeada por las de 136 sirvientes, hombres y mujeres, sacrificados para acompañar a su señor.
Uno de los experimentos más audaces realizados en esta época lo constituyen dos tumbas de Sakkara que combinan el túmulo del Alto Egipto con la mastaba del Bajo. Este sorprendente fenómeno ha sido estudiado no hace mucho en las tumbas de la reina Her-nit y del faraón Enezib. Sus mastabas, que parecían las típicas imitaciones de palacios con fachadas de resaltes y nichos, encerraban, en el caso de Her-nit, un túmulo rectangular, situado sobre la cámara del sarcófago, y en el caso de Enezib, una pirámide escalonada de adobe, que posiblemente en su tiempo sobresaldría por encima de los muros de la mastaba. Es evidente el interés de estos monumentos como antecesores de la Pirámide Escalonada de Zoser que se venía considerando como una invención sin precedentes del arquitecto Imhotep.
Es de señalar también que en el lado norte de estas grandes tumbas se levantaba un edificio de ladrillo, algo parecido al casco de un viejo submarino, para instalar en él una barca solar de madera. En ésta, el espíritu del rey viajaba con los dioses celestes en su travesía diurna del firmamento, y por el mundo infraterreno durante la noche. Este complemento de las tumbas reales se remonta a Hor-Aha, cuya barca se ha descubierto también en Sakkara.
Una de las preocupaciones más agudas desde finales de la I Dinastía es la de la alimentación del espíritu del muerto. Asombra la cantidad de pan, de carne y de vino que se depositaba en los almacenes. En una de las tumbas había incluso graneros, para que el difunto pudiera encargar más pan en caso de necesidad. Otro ejemplo de previsión lo encontramos en los nódulos de sílex depositados junto a los cuchillos del mismo material, para que el muerto pudiese hacer más en caso de que aquéllos se le rompiesen.
El faraón Ka'a aún edificó su tumba de Sakkara de acuerdo con la tradición, con sus fachadas de resaltes y nichos, pero ya en su tiempo se abandona aquel modo de decorar, y las paredes externas de las tumbas se hacen lisas, con sólo dos puertas simuladas (las llamadas puertas falsas) cerca de los extremos norte y sur del lado oriental. Los almacenes del cuerpo alto, o mastaba, desaparecen y todo este cuerpo se hace macizo, rellenándolo de adobes o de cascajo. La escalera de acceso deja de ser recta para adoptar forma de L; la entrada sigue estando en el lado oriental, pero después de un primer tramo la caja se tuerce para entrar en la cámara funeraria desde el norte. Ello hace girar a las tumbas 45° para orientar el eje mayor de norte a sur. Ignoramos a qué se debió este cambio. Las cámaras secundarias dejan de estar contiguas a la del sarcófago para pasar a los lados de la escalera. Esta distribución la tienen ahora todas las tumbas, incluso las dos del propio Ka'a, pese a seguir más que otras el sistema tradicional. La nueva organización es el antecedente directo de la II Dinastía y la indirecta de otras, como las de las tumbas rupestres del Imperio Nuevo.
Las únicas tumbas que se pueden atribuir con seguridad a reyes de la II Dinastía son las de Sekkemib (Perabsen) y Khasekhemui en Abydos. Ambas difieren por completo de cuanto en la misma época se hacía en el Bajo Egipto, lo cual es sorprendente porque tales divergencias no se habían producido durante la I Dinastía, por lo menos en las partes subterráneas de las tumbas. Las dos siguen el sistema de la cámara rodeada de almacenes, construidos en un foso y techados como antaño. Tanto la distribución como el sistema de construcción se apartan radicalmente de los nuevos tipos implantados en el norte como ahora veremos. Hay quien piensa que estos extraños edificios tengan relación con el culto de Seth adoptado por Perabsen y tolerado luego por Khasekhemui.
A comienzos de la II Dinastía la escalera en L alcanza mayor profundidad y los dos almacenes que hay a sus lados al igual que la cámara funeraria situada al pie no se construyen en foso abierto como se hacía antes, sino que están excavadas en la roca del subsuelo como edificios rupestres, las cuevas de la arquitectura popular. El techo de la escalera no es de madera sino de losas de piedra. Este tipo de tumba es el precursor de la casa subterránea de fines de esta dinastía, pues la cámara funeraria se reparte ya entre varias habitaciones separadas por muros de adobe, con la cámara del sarcófago a un lado, el del oeste. En las paredes hechas de adobe, en vez de tallarlas en la propia roca se advierte el peso de la tradición de la I Dinastía.
Durante la segunda mitad de la época de la II Dinastía se impone el esquema de la tumba-casa. Si hay variación ésta se aprecia únicamente en el número de habitaciones, que dependerá de la capacidad económica del dueño. El tipo es un trasunto de las casas familiares, con sus almacenes por fuera y su atrio central que da paso a la habitación del dueño y a las de sus familiares y huéspedes. El dormitorio es la cámara del sarcófago, situada siempre al oeste de un cuarto de estar y cerca de un cuarto de baño. La mastaba es lisa, con dos puertas falsas, y macizas; pero el relleno del interior no podía hacerse hasta que la tumba estuviese ocupada, pues la entrada de la escalera quedaba ahora sepultada en el interior del relleno, sin la comunicación con el exterior que antes tenía. Los rastrillos siguen empleándose para sellar el pasillo de acceso a la tumba.